Quien no tiene memoria necesita cicatrices. Quien no tiene historia necesita tatuajes.
Nunca fue fácil enfrentarse a lo frágil: pero aquí estamos.
Después de muchas vueltas y algún que otro tropezón, te das cuenta: no es la cabeza quien recuerda, sino el corazón.
Las canas son sabiduría que se desborda.
Todo el mundo quiere ser inmortal, pero nadie se ha molestado en leer la letra pequeña: para ser inmortal
Hazlo aunque llueva, porque llueva o no llueva, no se hace solo.
No sé a quién busco aquí, Padre: si lo estoy buscando a Él o me estoy buscando a mí.
Querido, “hubos” hubo muchos pero no fueron tuyos. Pero “ahoras” sólo hay uno y te pertenece.
Esta disputa —que el lector disfruta— de la zorra con las uvas me enseña
A veces, el fuego se enamora de todo lo que toca. En esas veces y solo en esas el destino, lejos de ser desatino, es justicia poética.
Los ojos de Ella eran de esos que parecían poseer un pedacito de infinito
Del maestro más mordaz, siempre somos aprendiz: las lecciones vitales siempre dejan cicatriz.
Cree en ti mismo: la creencia precede a la evidencia.
Todos llorando por lo malo del mundo, como si no hubieran visto ni un gramo, de maldad. Y yo, sonrisa en mi cara,
No se echa en falta nada que sobra: como una mariposa que vuela a la pata coja.