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Perenne vita

a mi amado banquete

Silencio abrumador, el abad desde el pulpito predicando paisajes, llenos de algarabía. Paramos y colinas llenas de éxtasis, ríos de calor inaudito evaporan sus llamas.
 
Sauces lloran y ríen, y sus raíces siembran alamedas;
pero son las carcajadas de los infantes color pastel el verdadero arte de la obra.
 
Inolvidable aquella, se vitrifica sobre el corazón;
ese es su lienzo, su lugar de ser;
aquella fogata de sus calores, de su arte sofocante, de la expresividad, de sus emociones.
 
Sus pinceles,
tinta por óleo, pintan paisajes que exclaman más de lo que aparentan;
evocan seres pasados, los volcanes en la lejanía emulsionan sus magmas.
 
Un cielo estrellado recubre sus almas en desvelo, desnudas y desprovistas de todo atisbo y resabio de arroparse.
El magma se escurre de ellos, recorre implacablemente sus laderas infértiles, se abrazan en un fulgurante choque de abrasadores seres.
 
Una noche de estío ondula recuerdos inmemoriales y esculpe níveos dientes dichosos en su semblante;
las tribulaciones de la existencia absurda son arrastradas por los cauces hacia los océanos. Los estómagos se embebecen de sonoridad.
 
¡Oh banquete! ¡Oh maravilloso lagar!
Embriaga a los artistas de un vino que las carnes nunca podrán tomar.

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