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Enfermedad coronaria

Mis pulmones se atragantan con el sudor de las serpientes,
con el veneno de los hombres. Expulsan vino barato mientras se hunden en bocanadas de hollín.
 
¡Miserables todos,
existencias inmundas!
Pero mas miserable yo, por comprenderla,
Cada día de estío palidece más del letargo, de la angustia que lacera mi corazón y desaparece la tinta compungida de mis yemas.
¿Alguna vez desapareceré yo?
No mi cuerpo en putrefacción, ¿me perderé en el sendero, en la frondosa alameda?
Mis pasos por ella se hacen menos recurrentes, un muro purulento y viscoso se interpone.
Sufro más que nadie, el verdadero sufrimiento de la muerte balbuceante, de la culminación vital.
Solo la carne, diáfana y límpida, encandece mi nívea muerte.
¡Carne, te necesito!

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