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Algo se rompe

Llega a suceder, algunas veces, que has vertido en el pocillo el café de la mañana y que luego, por distracción o por descuido la taza resbala de tus manos. Miras abajo y una mancha negra peinada con adornos de cerámica rota se desmelena por el suelo. Algunas manchitas, también negras, salpican los objetos que tenías ahí puestos y constelan las paredes. Cada gotita y los bordes de ese charco negro te miran desde abajo y como si nada, te dicen “¡Mira hasta donde hemos llegado! ¿Increíble, no? Tú misma no has llegado hasta aquí nunca.” Acabas de escuchar esas palabras y el panorama te corrobora que son ciertas, porque no podrías pegar del mismo modo gotas de tu cuerpo contra el tarro del jabón, ni escurrirte de igual forma bajo la nevera. Estas cosas son así.

Vienen luego dispendiosas tareas de limpieza, lo sabes.

También sucede, algunas veces, que sin detenerte a calcular y sin prever las consecuencias de una acción distraída, dejas demasiado al borde un vaso de cristal vacío y, sin darte casi cuenta, mueves un gesto que lo lanza contra el suelo. Mientras sucede la caída casi que te lanzas tú también buscando evitar la ruptura. Escuchas el grito del vidrio cuando se destroza, sabes que en ese momento, en ese espacio que queda allá, afuera de ti misma, se ha derramado el vacío. Sin nada que pueda ya contenerlo, sin recipiente que recoja su fluido, esparce sus bordes allá, abajo, y gotitas de vacío constelan las paredes, afuera de ti misma. Recoges los pedazos más grandes de cristal, los juntas en un montón y los envuelves con el dolor de quien entierra un animalito muy querido, para que alguien más se lleve el recipiente roto junto a los cartones y papeles reciclables. Parte de las tareas las cumpliste, pero ¿cómo secar el vacío derramado sobre el suelo y cómo saber por dónde pasar el trapo para dejar limpias las paredes salpicadas de esa nada? Eso no es todo, pasaste la escoba para recoger las esquirlas y esparciste aún más el vacío por el suelo y, como es lógico, luego le caminaste por encima. Pegada a tus zapatillas, en cada paso untas de nada el piso de la casa. Quizá no lo habías notado antes, pero te digo: todo esto pasa cuando algo se rompe.

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