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Sinécdoque humana

Fundido en blanco.
No hay nada qué decir,
excepto por el deseo de decirlo.
Existo y algo quiero dejar tras mi consecuencia
de la mera esencialidad de mi ser.
Consecuencia del destello instantáneo
que reina el amplio cosmos
del cual la casi ilimitada imaginación
no puede si quiera abarcar y concebir;
y atada a la carne que perece
nos atormenta esa sensación de que, al final,
todo en nosotros se perderá en el laberinto del caos.
Laberinto del que no somos conscientes,
penetrando muy a secas en la idea de su existencia
por medio de las agua oníricas que encapsulan a la realidad.
 
Y así nos encontramos extraviados de nosotros mismos.
Arrojados sin piedad a la vida
sin razón o permiso alguno.
Lidiando con las desdichas de nuestra condición humana.
La crueldad, la indiferencia y la esquizofrenia
de una realidad agrietada a punto de estallar.
Un sueño del cual despertar,
solo para percatarse de algo aún más abrumador.
Mera concepción absurda de la mente.
Ser besado por los rayos del mañana y el ayer nocturno
cual ciclo que hundimos en la monotonía
por lidiar con el maldito azar de los patrones
y los patrones del azar.
Paradojas de la trastocada realidad
difuminada por el humo de los cigarrillos ficticios
que solapan y llenan de enigmas nuestros días.
 
Las dudas no dejan de sangrar
y mientras sigamos latiendo
de amor y de culpa,
el tormento de lo desconocido perdurará.
Nunca es suficiente para descubrir lo más oculto,
y sin embargo la vida
puede ser suficiente para uno.
Es así como nos envenenamos con el inherente vicio
de la vida que desde el principio ha terminado con nosotros
de poco en poco
y de polvo en polvo.
Edificando palacios de pesares solipsistas
y petrificados en el milésimo aleteo del ave,
cada vez las ventanas reflejan más
al individuo desamparado y frágil,
multiplicándolo en la sala de espejos infinita.
Y la brutal verdad se hace presente en cada reflejo
de la sombra que proyecta su cualidad interna de origen:
el sufrimiento que hay en mí es mío
y es de todos.
Todo es todo, y todos son todos.
Protagonistas de sus vidas,
cada uno tiene algo que contar,
heridas que mostrar
y dolor que valorar.
 
Somos sinécdoques de nuestros miedos,
de nuestras desdichas,
de nuestras soledades,
de nuestras identidades,
de nuestras historias,
de nuestras relaciones,
de nuestros deseos, sueños y decisiones.
Nuestro dolor es universal
y todos descendemos hacia la muerte;
pero no es ella, tampoco el dolor
ni la solead y enfermedad,
es la vida que acaba consigo misma por ser vida.
Los detalles se diluyen en que
las cosas recaen en uno, y por ende, en todos;
y viceversa la realidad que a su vez transmuta en ficción
ahogada en metaficción del mapa que no deja de crecer
por la ambición de lograr algo íntimo, complejo y eterno.
 
¿Y qué es lo que queda
antes de que el ocaso eclipsado
nos ensombrezca?
Buscamos abarcar toda nuestra vida.
Sentirnos realizados.
Determinados.
Sanar las heridas más personales.
Este teatro no es así.
No son más que ilusiones que carcomen la carne y el ser
en la ensoñación de un simulacro cada vez más retorcido.
La constante fuga nos debilita
coquetéandonos hacia el imán de la verdad.
Allá afuera hay todo un mundo
que bien puede alojarse en nuestra cabeza
y desencadenarse en ella.
No hay manera de quedarse en la superficie
y de olvidar la ensoñación.
Una vez cicatrizada la herida
retorna en el ciclo de las memorias que nos amoldan
y maldito el que vuelva a intentar volver
solo para ver en el espejo un rostro muerto
que navega a contracorriente de un río ya seco.
 
Fundido en gris.
Hay algo que declarar,
aunque tal vez no me alcance.
Los días se esfuman hasta perderse
en la niebla del etéreo tiempo.
Experimentamos los sucesos inconexos,
solo concatenados por la inevitable progresividad.
Tocan nuestra puerta, sin aviso alguno.
Y de repente sucede.
No hay crescendo.
A veces, tampoco serenidad.
No hay tiempo para el arrepentimiento, pero
¿de qué nos arrepentiríamos?
Fuimos por algo.
Hicimos por alguien.
Pero pudimos ser más.
Pudimos ser mejores.
El abismo nos toma de la mano.
La culpa
a todos nos llega.
Tanto como aquellos que más aprovechan de su tiempo,
conducimos solo por conducir
los alrededores de nuestro laberinto
en búsqueda de respuestas traducidas en vivencias.
 
Las soluciones son esperanzas,
consuelos por aferrarse al sufrimiento
con el que aún no hemos terminado,
porque es el mismo sufrimiento,
motor de vida sin remedio.
Manteniéndome aquí,
escribiendo el poema que contenga todos los poemas
y pueda vivir dentro de sí mismo.
Un poema de sinécdoque humana
en el que las ideas no terminan
en estas delirantes palabras persistentes
de la noche de los tiempos.
 
Fundido momentáneo de azul.
¿Qué peso tiene todo esto
si encerrado en la soledad estoy?
La luz no es lo que parece.
Dañada por el amor que pedimos y difícilmente tenemos
solo anhelamos todo lo posible brindar
sin importar todo ese dolor que permitimos penetrar.
Habrá que reconocer que es necesario bajar más,
hacia lo humilde: sabor amargo de grandeza.
Y siendo incapaz de saborear semejante sabor,
no es cobardía la que nos devora, pues
aún queda más por bajar, y aún queda,
más que lidiarse, a amarse.
Decir nuestra verdad.
Ser reconocidos con nuestra herida
y compartirla
en el mar de pequeñas personas
como tú, y como yo
quienes también nadan en melancolía.
 
Fundido en negro.
No hay lecciones.
No hay enseñanzas.
No hay victoria.
Cada quien vive a su manera.
Cada uno es a su modo.
Brindo de mí lo mejor
así como los demás lo pueden hacer.
Con originalidad y sencillez
para sí mismo.
Y siendo así, podrá ser universal
una vez que hayas realmente vivido
y sentido la pureza de la humanidad
que nos hace humanos.
 
Sufrimiento tierno,
sufrimiento patético,
sufrimiento incognoscible,
sufrimiento mutuo y personal,
sufrimiento valioso y en vano,
sufrimiento que pide vivir,
sufrimiento que hace grande a la vida,
sufrimiento del secreto,
sufrimiento del que nace este poema.
 
Sufrimiento de la sinécdoque humana.
Sufrimiento... sufrimiento...

Inspirado en el filme de Charlie Kaufman.

Preferido o celebrado por...
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