Ronel González Sánchez

Daguerrotipo de muchacha ciega con malecón de fondo

Mientras avanza el desgobierno de las aguas
prohibidas e incesantes junto a los arrecifes
que arrastran geografías de paso, versos, nombres,
y la frivolidad se adueña de todos los resquicios,
ella es arriesgadamente lúbrica en su manera extravagante
de integrarse al espejo
que la sabe prófuga del ritual y la náusea,
aún cuando su hendidura primigenia semeja una galaxia
            en extinción,
un invidente pozo miniaturizado junto al dique que separa
            los cuerpos
de la marea y sus asqueantes especímenes.
 
Atemperada contra el desvarío que quebró las rendijas  
por donde se asomaba el universo,  
ella viene de zozobrar, en la penumbra
devastadora de apetitos, y se hizo al abordaje
de navegaciones con menos patetismo,  
hasta recalar en mis peñascos de alférez sin proa
para extender la súplica de sus ojos nieblantes  
y todos sus belfos ambiciosos
hacia un gemir sin término por mis dedos en público
disipadores de rechazos y filantropías
al ingresar en la garganta de un socavón en ciernes.  
 
Ella indistingue a los poetas y los advenedizos,
pero degusta períodos, ritmos, cláusulas
percutidos, incluso, en superadas épocas;
ondas y bálsamos que la sobreexcitan  
cuando ora restregándose el sexo,
antes de que se ahoguen los penúltimos rayos de luz
que todavía percibe.
 
Con exacerbadas apetencias  
se aferra de forasteros brazos
que la conducen hacia el espejismo,
tropezando una y otra vez con la objetuaria
de hosterías en derrumbe,
donde ofrece menesterosas estrechuras
para ser atiborrada de jugos  
en posesiones de entusiasmo mínimo.
 
Mientras avanza el desgobierno
sobre mugrientas sábanas de una agonía municipal
que avanza en círculos,    
arriesgada y tercamente lúbrica
ella será siempre un riesgo insosegable,
para los cuerpos cómplices
de su demoledora ambigüedad y su extravío en las sombras.

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