Aún me habita el temblor de tu caricia,
ese roce fugaz, casi dormido,
que en mi costado abierto y encendido
dibujó con silencio su delicia.
Te recuerdo sin prisa, sin premura,
como un perfume antiguo en mi cintura,
como el rastro de un fuego que perdura
bajo la piel, intacto en su ternura.
No volvieron tus labios, ni hace falta:
los guardo entre los pliegues de un suspiro,
y en la curva más honda me asalta.
No hay olvido en el cuerpo que delira:
tan solo un resplandor que aún se exalta
cuando evoco el calor de tu retiro.