Sofía Ramos

ACERCA DE LO IRREVERSIBLE

 
¿Un poema te hizo helar la sangre?
¿Un poema te recorrió, como escalofrío sórdido,
como susurro trémulo de fantasma,
por el centro de la espalda?
 
Sentí cómo se eriza un poro, un pelo, un puñado
de cerveza en la comisura de tu labio más perdido...
 
¿Un poema resquebrajó tu superficie,
azotó tus abismos,
desmoronó tu discurso de voz siempre monocorde?
¿Un poema te cortó la respiración por un segundo?
¿Un poema te arrojó, quizá por primera vez,
a un silencio aturdido por preguntas?
 
Oí cómo caminan las metáforas crujientes,
el festín resbaladizo del polisíndeton incansable,
la mordida opaca de los dientes del despojo...
 
¿Un poema te cobijó? ¿Te abrazó? ¿Te rasguñó?
¿Un poema te mató por uno o dos instantes?
¿Cuántas veces suspiraste desde que apreté
la primera de estas letras?
¿Un poema te humedeció la concha? ¿Te paró la pija?
¿Un poema te tensó las venas,
te dio arcadas,
antedijo al más arbitrario de tus vómitos?
¿Un poema te hizo renunciar al trabajo,
enfrentar a tu viejo, revertir a fuego tu gangrena funesta?
 
Hay olor a precipicio en cada espacio que separa
las palabras.
 
¿Te golpeó un poema?
 
Nadie más,
nadie más,
nadie más que los poetas
expertos en el arte de la pérdida,
coleccionistas de noches y fracasos;
nadie más
va a ponerte tan de frente
que la vida es ese conjunto
de heridas hechas por esos poemas
y que, del otro lado,
solo estará, siempre esperándote
la sombra de la muerte.
 
Acercate a ese poeta
y hacele saber que una pestaña abriéndose
en los huecos de tus ojos
tiene la huella de sus textos.
 
No hay acto más mezquino
que el de tus manos distanciándose
del temblor de los que arden.
No hay gesto más miserable
que tu mutismo helado
sobre los cuerpos poseídos
por lo incisivo del lenguaje.
 
Los temerosos neutralizan.
Los profetas
fagocitan.
 
La indiferencia
es un arma que dominan los cobardes.

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