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¿Qué decidimos pintar?

Una vez leí una historia sobre un niño, que al comenzar la escuela, la maestra le pedía que hiciera un dibujo, el niño hacía dibujos donde mostraba una gran pasión y capacidad para plasmar mundos imaginarios y fantásticos.

Sin embargo la maestra siempre le decía que no debía hacer tales dibujos, sino algo como todos los demás niños, que debía dibujar una casita y un perrito.

La maestra siempre le regañaba diciendo que debía hacer siempre una casita y un perrito y no sus inventos que no tienen sentido. Con el tiempo, la maestra les pidió a los niños que dibujaran algo hermoso, que naciera del corazón y que no tuvieran límites en su imaginación.

El niño de esta historia cuando entregó su dibujo, para sorpresa de la maestra queriendo ver algo extraordinario, al ver el dibujo lo que encontró fue una casita y un perrito.

Para mí la moraleja de esta historia es obvia, y abarca todos los ámbitos de nuestra vida, todas las etapas, todas las edades.
De niño, de adolecente, de adulto o de viejo podemos no darnos cuenta y caer en la trampa de coartar quienes realmente nos gustaría ser.

A veces por más loco que parezca, el ímpetu de un espíritu absurdo nos motiva a hacer cosas poco comunes; tal vez extrañas como sonreír a alguien, abrazar a quien nunca abraza, o “simplemente decir te quiero o decir te amo”.

Eso es raro, es extraño y da miedo, lo sé, qué les puedo decir?
“Es decisión nuestra” ser o hacer, es cierto, pero podemos pintar casitas y perritos toda la vida o por el contrario pintar sinfonías enteras en el pentagrama de nuestra existencia.

Hay que aprender con las vivencias, tocar y dejarse tocar, no me refiero al cuerpo sino al alma y el espíritu.

Se puede fracasar, créanme que lo sé, sin embargo también se puede ganar.

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