Una noche el viento me poseía
con clamores atiborrados, vertiginosos en el cielo.
Paseaba yo con fulgor en la bahía
y me escondía debajo de las rocas, ahogado por el mar.
De espuma salada mi cuerpo se anegaba
mi coraza no servía porque de fragmentos yo nací,
y mientras tanto mi alma, pobre, se inquietaba
por la furia del mar en frenesí.
Apenado, huía del viento y ahora de la mar,
quería esconderme bajo los guijarros taciturnos
para envolverme en el silencio y olvidar,
pero, ahora, estoy envuelto en mi propia pena
que me encontró desnudo disolviéndome en la sal.
Mi cuerpo de membrana destapada
se volvía la espuma del mar.
Y mi alma, ahora sin su recinto
clama para volverse tempestad.