Hablas con voz de nosotros,
un número indeterminado
sale de tu boca como si
no fuésemos individuos,
nos rodeas de escasez y
sobrantes, nos disfrazas
y nos cifras y nos mezclas
de justicia azul, verde y roja,
pero no hablas de nosotros,
de nuestra sangre,
sólo ves una diferencia
degradada y desagradada
del color y la forma,
punta vértice,
colocación fija de
un espejo semejante a ti.
No entramos en tu “nosotros”
no estamos a “vuestra” altura
no merecemos siquiera que
se hable de nuestro *gran dolor*.
Da igual que mis ojos sean
ya una lágrima partida
y el consuelo un fantasma
del llanto y que al golpe
llegue otro golpe
morado de eternidad.
Da igual que se reencarnen
las heridas, que el dolor
roce la infinitud,
que pasemos hambre
y nos roben la familia,
que el calor desee el frío
y el frío la mortandad,
da igual que nos impidan
oler el campo,
bañarnos en margaritas,
justa lluvia ^ libertad.
Dirimirme matemáticamente,
rodearme sin rozarme
es sacarme de la ecuación,
ilimitarte, abandonarme,
paréntesis fúnebres emparedan nuestros campos, engreídos grises.
Auto-describirte de suerte divina
es derivar las almas sustanciadas
de indefensión e inocencia
a un infierno de autoría vuestra.
Cerrar la jaula que Pitágoras
abría al cielo es condenarme,
corromper una lágrima en la
estrella de Kafka y Tesla,
Parsuá, Rousseau y Cervantes...
+Estoy aquí. Secuestrado. Sufriendo+
*¡Mírame, mírame, mírame!*
Un río nos arrasa, párpados de injusticias: hijos, nietos, almas sucesivas... ahogado cauce,
sangre entre sauce y arce,
mancha el nombre de tu boca,
rompe bocas en tu nombre.
{Naturaleza-hogar}
para el hombre de Vitruvio
{naturaleza-infierno}
para el resto.
¿Qué habéis hecho?
Laberinto frío, oscuro, inescapable, del que nunca podremos salir vivos
si no (te) miras (el alma).
© Maria Luisa Arenzana Magaña