¿Dónde está la puerta?
No logro salir de esta noche,
la de ayer es la de mañana
y está eterna la yerba.
Es difícil pedir un deseo
en la oscuridad de la boca,
más difícil vislumbrar alguna estrella
en un herbazal de rocío
inmune al dolor.
“Mimismo”, hoz del mundo
que nos descuaja el paisaje
y los tímpanos,
espíritus mudos,
¡no podemos escapar
ni de nosotros mismos!
Camposantos dolientes,
latidos enterrados,
soy, era, siento, reza...
Ya tengo cuello de hoz,
ya soy ombligo de espiga,
pero no trasciende el eco
de este dolor...
Entre columnas de frío
el lamento inconsolable de la niebla,
del que sabe a ciencia cierta
que a nadie importa lo que sienta,
su desamparo eterno,
que nadie le otorgará de nuevo
categoría de pájaro o pluma de caricia,
que nadie le abrirá sagradamente
ningún cielo.
Ni un mm te mueves,
estatua maquiavela.
¡Si ayer tenía vivos
los ojos de la inocencia
y el alma bella y eterna!
¿Cómo mojas tu arcilla
en los silencios del que ayer
era? Quietud en la mesa.
Un cuerno lo encierra en espiral
bajo las flores que planta,
bajo el vino que escancia,
bajo el arado y la siembra,
bajo la alubia y la acelga,
cuello de cemento,
nubes que arrecian,
soles que queman,
sobras descompuestas,
hedor,
silencio a gritos en el corazón,
el alma atada al hierro... Fe
de infelicidad.
Si pudiese rezar un padre nuestro
a nuestra madre, si alguien
cuidara de nosotros para siempre,
el universo sería una gran misa
de planetas comulgando.
El dolor no es fugaz,
por eso no duelen las estrellas.
Tú, que no eres el demonio,
tú, que tienes un cuello
que respira libre
bajo el mismo cielo,
eres mi última esperanza.
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