Aún recuerdo las tardes
en que el sol nos quemaba
los pies
con su aire de telas
y arena.
Todas esas tardes hallaron su linde
con la última gota de luz
que tuvieron nuestros jazmines
en sus ataúdes
de vidrio.
Nada de ella me queda,
todo se ha ido:
las canciones,
sus ausencias
y sus poemas.
Ya no aceptaré más
sus sobornos de
lenguaje,
esos pequeños tributos
que enredaban (aún más)
mi corazón raído.