Tus ojos
ven más que los míos
porque me veo en ellos.
Tu mirada distraída en la mía
ensancha mis arterias,
causa arritmias en mi pecho
y me deja al borde
de la muerte en un suspiro.
¡Lo que causan tus pupilas!
—esas perlas escasas
por ser únicas–.
Por ellas
naufragaría dichoso.
Y tus pestañas malvadas,
embrujadoras,
traidoras por coquetas,
me empujan
a la profundidad de tus mares.
Me ahogas o me salvas.
O tal vez es mentira lo que siento;
no son tus ojos
los que causan ese embrujo,
es tu mirada la que hipnotiza
¡Dámela!
Tus ojos
déjalos para ti.
Por eso no me mires otra vez
de esa manera pretenciosa,
para no morirme otro poco
impulsado por la codicia
de robar tus perlas.