¡Qué guapa que ye la Sierra!
¡Qué tierra más alta, qué juerza más tiesa!
¡Qué monte más monte, qué peñas, qué cueñas,
qué cielo más jondo, qué luz más serena!
Los olivos, silensios de plata,
los viñales, racimos de estrellas,
los cerezos se ponen bonitos
cuando llega la flor y la abeja.
¡Y el Alagón, madre mía el Alagón!
Parece que canta, parece que reza.
Pa los mozus ye río de juegos,
pa los viejus, agua que enseña.
Si bajis pal valle, si asomis la cresta,
verás los cortinos, verás las abejas,
verás las corchueras, los cabrus, las becerras,
las gallinas que escarban la tierra.
La zorrina vigila, la lechuza vuela,
el milanu redondu las vueltas da suelta,
y el jabalí reburdia la jesa
buscando la trufa, jurgando la peña.
La genti de aquí nun se jarta ni queja,
aunque la vía se le ponga de piedra.
Saben del agostu y del hielo de enero,
de la leña al hombro y del vino casero.
Saben de matanza, de huerta, de guerra,
de criar tres neños con una peseta.
Saben de caminu que nadie les cuenta,
porque ellos los hacen con pies y con penas.
¡Qué valientis que son, la virgen bendita!
Trabajan el campo como si la vida
fuera un pan de centenu partíu entre risas
con manos partías, con alma sufría.
Y el que nun los quier, que se quite la boina,
porque aquí los humildis son flor y son joya.
Aquí no hay marqués, ni alcalde ni moda,
aquí manda el cierzu y se aguanta la ropa.
Los pueblus callaítus, como perros fieles,
esperan los pasos, la jaya, la nieve.
Y aunque no hay dinero, ni sobra la suerte,
se da la limosna al que vien sin verle.
¡Ay mi tierra dura, mi Sierra valiente!
¡Qué poco que tienes y cuánto que tienes!
Yo, si naciera otra vez en el vientre,
querría nacel otra vez entre ustedes.