¡Madre mía, qué juerza tieni’l sol
cuando entra el veranu de golpe y por tol!
La tierra rezuma calor de caldera
y la chicharra no calla siquiera.
Desde bien temprano ya canta el gañán
y el sudor le baja por la frente igual
que si s’hubiera metío en el río
a sudal la vida con to el sentíu.
Los trigus se inclinan, que ya están madurus,
y el hocín reluce entre polvus duros.
Los burros rebuznan con gana de siesta
y el segador s’arrodía en la cuesta.
¡Ay, la era, la era, polvareda y cantu!
Y la parva altita esperando el quebrantu.
Tos arremangaus, con las manos resecas,
la camisa pegá al pechu, como manteca.
Las mozas t’apuntan la hora del agua
y traen en el canastu la torta y la navaja.
Y si hay suerte, en el calderu se esconde
algún gazpachu frío que el alma responde.
Por la tarde, la siesta es ley sagrada:
un silenciu rajau, ni el aire se bada.
Sólo canta una chicharra loca
en lo alto d’un quejigu con la boca rota.
Y cuando el sol se deslí por la loma
y la sombra va estirándusi como paloma,
ya la plaza s’alegra de gente sentá,
con las sillas de enea y cara sofocá.
Salen los mozus con camisa limpia
y se unta el peluju con brillantina.
Y las mozas, con bata fresquina,
se ríen bajito y jurgan la esquina.
¡Qué noche tan buena con luna redonda!
Los grillus cantandu, la brisa que ronda,
y un vaso de pitarru, dulzón, que se pasa
de mano en mano hasta que ya cansa.
Así es el veranu en la sierra bendita:
de sol y sudores, de coplas claritas,
de trigo cortau y de noche encendía,
¡de vida rajá, pero vida vivía!