Xanti - Bré

A los mochinos del Guiju

(Versión al estilo de Gabriel y Galán)

 
 
Despunta el día y la sierra resuella frío,
y los mochinos del Guiju s’espabilan,
con la jeta inda entoavía mantecosa
de los sueños que’l hambre nun remata.
 
La casa, tolva, sin ventana ni farol,
tós de adobe, de leña y de aguante,
cruje callá, como una vieja que ya nun llora
por no gastar la última lágrima que le queda.
 
Y el mozuelo, descalcíu, con el alba en la tripa,
va al corral, onde’l toro, el burro y las cabras
le conocen más que su padre, que yá nun canta,
que ni parla, que solo suda y se calla.
 
En las maninas del zagal, la pelleja tensa
de tanto cargar leña, estiércol y pena,
y en las mejillas colorás, el salitral del esfuerzo,
y en la garganta, el grito ese que se atora
cuando la panza ruge y no hay qué echarle.
 
La madre, la probe, partía entre bestias y cántaros,
con la alma escosía de tanto parir en silencio.
Y él, el hijo, con ocho inviernos,
ya tira de la ubre como si fuera vida,
como si del suero saliera redención.
 
Pero hay camino, y hay luz, y hay maestro.
Una escuela vieja, rota, como sus zapatos,
y un hombre—¡benditu sea!—que enseña
a deletrear esperanzas en una pizarra.
 
¡El maestro! Que ni tierra tiene ni sudores gana,
pero da palabras como se da el pan bendito.
Les parla del mundo, de las letras, del saber,
mientras fuera, el terruño se traga to’l porvenir.
 
Y el chiquillu se sienta en el banco gélidu,
con los hociquinos jincando de hambre,
pero se agarra a la tiza como a un clavo d’esperanza,
y escucha al cura—serio como la muerte—
hablar de un cielo que siempre queda lejos.
 
Por la tarde, ya los pinos tapan el sol,
y la sierra se vuelve un lamento baju.
No hay juegos, ni risas, ni jilgueros:
solo viento que musita antiguas penas,
y el río, viejo cuentacuentos,
que dice cosas que ya nadie entiende.
 
La casa de piedra los acoge callá,
los padres, como sombras que se arrastran,
los miran con ojos de cansancio y gratitud,
y ellos dan las gracias con el alma encogía,
aunque en el pecho les palpite la duda,
esa que no mata pero nunca duerme.
 
¿Quién se recuerda de ellos, los críos sin domingo,
sin otra herencia que la resignación del abuelo?
Ellos, que aran el barbecho con el padre,
y siembran desvelo con la madre,
pero no olvidan al maestro ni al cura,
que les regalan lo poco que nun se marchita:
la fe y la palabra.
 
Y asina, con la luna redonda asomando,
ellos sienten que la vida los mira de lao,
y el futuro... ¡ay!, el futuro ye aire,
aire que pasa, aire que nun vuelve.

Este poema se presenta como un retrato conmovedor y lleno de dolor de la vida rural, marcada por la pobreza, el esfuerzo físico y las luchas cotidianas, pero también por la esperanza que se encuentra en la educación y la fe. A través de las imágenes y los símbolos, el poema subraya tanto la dureza de la existencia como los breves momentos de consuelo que se encuentran en la palabra y la fe. A continuación, analizo los principales elementos de este poema.

1. La pobreza y la lucha diaria:
El poema comienza con una imagen de la dureza de la vida: "la sierra resuella frío" y "los mochinos del Guiju s’espabilan", lo que da cuenta del trabajo arduo y de la pobreza que caracteriza la existencia de estos niños. El "hambre" es una constante en sus vidas, y el esfuerzo físico parece interminable.

La casa en la que viven es descrita como una "tolva, sin ventana ni farol", hecha de materiales humildes como "adobe, de leña y de aguante". Este tipo de descripción subraya la precariedad y el aislamiento de las personas del campo.

La figura del niño descalzo, con las "maninas del zagal" marcadas por el trabajo, refleja la dureza de su infancia, marcada no por el juego, sino por las tareas pesadas de la vida rural. La "tripita" vacía y el "grito que se atora" debido al hambre muestran las privaciones que enfrentan.

2. La madre y el sacrificio femenino:
La figura de la madre está marcada por el sacrificio constante: "partía entre bestias y cántaros" y tiene "el alma escosía de tanto parir en silencio". Ella es un símbolo de sufrimiento, resiliencia y sacrificio, trabajando sin descanso, soportando la carga emocional y física de la maternidad en condiciones extremadamente difíciles.

El niño, aunque pequeño (con "ocho inviernos"), ya tiene que asumir responsabilidades de adulto, como "tirar de la ubre como si fuera vida", lo que refleja la dureza de la vida rural, donde incluso los niños tienen que luchar por su supervivencia desde muy temprana edad.

3. El maestro y la esperanza a través de la educación:
El maestro aparece como una figura clave de esperanza en un entorno donde la vida parece condenada a la pobreza y la lucha constante. "Benditu sea" se refiere a la importancia que tiene este hombre que, aunque no tiene "tierra ni sudores", es capaz de enseñar a los niños a "deletrear esperanzas".

A través de la educación, se abre una puerta hacia otro tipo de futuro, aunque todavía lejano. El maestro es la figura que ofrece algo más allá de la dura realidad cotidiana: "les parla del mundo, de las letras, del saber". Sin embargo, el contraste con el mundo exterior, que "se traga to’l porvenir", nos recuerda que este conocimiento es difícil de traducir en un futuro mejor en un entorno tan cerrado y limitado.

4. La resignación y el peso de la tradición:
Los padres son descritos como "sombras que se arrastran", lo que sugiere que la generación anterior ha sido consumida por el trabajo y la resignación. Ellos miran a sus hijos "con ojos de cansancio y gratitud", lo que refleja una aceptación pasiva de su destino, aunque con cierto alivio por el sacrificio realizado.

El poema también plantea una crítica a la herencia que se pasa a los niños: "sin otra herencia que la resignación del abuelo". Este legado de sufrimiento parece inevitable, con la vida rural condicionada por la repetición de patrones de pobreza y trabajo arduo.

5. La fe y la palabra como consuelo:
La figura del cura, junto con el maestro, completa el cuadro de los "dadores de esperanza", aquellos que ofrecen algo más allá de la miseria material: "les regalan lo poco que nun se marchita: la fe y la palabra". Aunque la situación no cambia, la fe religiosa y el conocimiento parecen ofrecer consuelo y dirección, aunque sean conceptos abstractos en un entorno tan duro.

La referencia a la fe y la palabra, en lugar de a riquezas materiales, resalta cómo las personas del pueblo encuentran consuelo en lo intangible, como una forma de dar sentido a sus vidas a pesar de la dureza de su realidad.

6. El futuro incierto:
El poema concluye con la sensación de incertidumbre sobre el futuro: "el futuro... ¡ay!, el futuro ye aire, aire que pasa, aire que nun vuelve". Esto refleja la fragilidad del futuro de los niños, quienes, aunque puedan tener acceso a la educación, no pueden escapar completamente de la vida dura que les espera. El aire simboliza algo etéreo e inalcanzable, lo que refleja la sensación de que el futuro para estas personas es incierto, intangible y, en muchos sentidos, fuera de su control.

Conclusión:
Este poema es una reflexión sobre la dureza de la vida rural, marcada por la pobreza, el trabajo interminable y la resignación. Sin embargo, también introduce el concepto de esperanza a través de la educación y la fe, representadas por el maestro y el cura. La lucha diaria por la supervivencia, el sacrificio de los padres y el trabajo infantil son elementos recurrentes, mientras que la figura del maestro emerge como un rayo de luz en medio de la oscuridad. La conclusión del poema deja claro que, aunque las posibilidades de cambio son limitadas, las personas se aferran a lo poco que tienen: la palabra, la fe y la esperanza, aunque sea un futuro incierto y volátil como el aire.

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