EL ERRANTE
Esas noches no dudaban ya, que aún agrias, dejaban al momento. Fallar otra vez.
(Como de costumbre)
En esa incomodidad de otro mensaje simple, directo menguante en su piel,
que podía y quería tener que odiarlo o amar sacarlo del laberinto e incluso mirarse,
desconocer estar caminando quizás un buen sendero.
Mostrándole frío, palmeando su espalda en plena tarde en fines de Febrero,
hirviéndole la sangre al pensar otra noche bajo cero,
que escarchando latidos de un silencio, acaso han dispuesto olvidarlo.
He intenta sincerar las sonrísas al peso de una palabra: bailarín de pocos pasos y muchas menos palabras seguía frases sin creer que cuando al pisarlas, escogía una más pero casi nunca la exacta.
De un abismo de aplausos en la función diaria recordaba,
que lo poco de su alivio ya era amargo, saliendo por sus miradas,
injustas en su cansino andar, con ritmo de niebla bajo esa lluvia,
empapada por tantos delirios, hermosos como coartados, solo siendo agua salada.
Quizás solo, otro andén y un poco de aire temblaba, atado a su historia,
en movimientos esquivos consecutivos que, al conseguirlos, otra vez lo enredaban.
Al esconderse de las dudas que perderían interés a comprarse miedos,
en su afán de adormecer esos pasos en falso, certeros en la sombra de su mente blanco
(la que mil veces quedará siempre a otro pequeño salto)
Vil e inoportuno, escenario de algo frágil o amaneciendo nuevamente a su niñez,
por sentir ese calor, mucho más de lo que acá, podría en un imaginario, podría el errante.
