¡Con lo peligroso que es un elefante descontrolado!
¿Cómo puedo hacer desvanecer estos tambores de ritmo desenfrenado!

Entre las extremidades torpes, su peso, su volumen y la trompa juguetona... encerrados en esta diminuta habitación... este loco elefante me hace subir los pies. Haciendo el pino le impresiono, se distrae por un momento y deja de bailar. Qué con su ritmo y ganas, estar de pie para mi es una aventura mortal.

Aprendí a escalar el aire, a dar saltos atrás y a girar, juego con los colores de las paredes y río como un volcán. Lo que sea por distraerle y que se esté quieto. Que es la única forma de que no me aplaste y me quede yo sin respirar.

Mi inventiva se agotó en el último redoble. Y sólo cuento con un violín. Aprenderé en un instante a sacarle melodías que lo calmen y lleven su extraña descontrolada danza a un vals. Así, con un patrón predecible, a los ojos nos podremos mirar, juntar nuestros ires y venires y ocupar razonablemente ambos el lugar.

Ven aquí, elefante mío. Ven, no te resistas, sigue mis pies y apacigua tu furia, sigue mi compás. Poco a poco, como si fuese un juego, haremos grande nuestro denso aprisionador encierro y nos liberaremos de las paredes que nos oprimen. Las revestiré de sonrisas y serán etéreas, abriéndose diáfanas. Disfrutemos el precioso paraje natural por el que tú y yo podremos pasear.