Octubre es un buen mes para nacer. Mejor aún para cumplir años después. Ha pasado el verano, estás satisfecho y orondo. Y te preparas para el frío, los regalos y los licores disueltos en miradas que lo dicen todo sin mediar palabra. Cada comienzo de otoño es para mi el momento de sacar el periscopio y otear el horizonte, hacer planes, poner metas, definir objetivos. Es el momento de comenzar el año escolar e incluir en la mochila los mejores planes por leer y disfrutar.

Pero el próximo octubre, lo tengo decidido, haré algo diferente. No es que no quiera estar contigo, es que estoy ávida de otras fuentes. Así que te invito a que vengas conmigo a explorar. Quiero hacer todo aquello que espero no echar de menos para cuando presienta el final. Quiero dar la mano a alguien a quién aún no haya perdonado. Quiero quedarme 3 noches en una cueva, con el alimento justo y sin más luz que la que mi linterna eterna, de mano, me pueda dar. Quiero sepultarme en nieve hasta que el frío sea peligroso y arda de miedo por dentro. Quiero lanzarme en parapente y volverme pájaro con perspectiva lunar. Quiero prescindir de ropas en una playa concurrida y pasearme viva, sin tropezar con miradas ni gestos de nadie, para terminar crujida en la arena esperando a la marea que me cubrirá. Quiero jugar con niños y ser peor que ellos, un objetivo único en mi celo, el de aspirar a ganar. Quiero lanzar un grito en un templo y que todos me miren, continuar caminando y salir sin reír, ni sollozar. Quiero atreverme a romper las reglas que tanto respeto, solazarme en ello y luego volver a la racionalidad.

Al próximo cumpleaños llegaré con el traje de la experiencia inaudita, las mentiras de siempre escritas y una sonrisa que no se borrará ni con la navidad.