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Mi Nacimiento

Santa Mónica, un 20 de octubre, Miércoles, a las 6:30 de la tarde, quizás 6:31. No puedo decir que recuerde más que lo que otros me han contado. Parece que fueron necesarios unos fórceps y que no lloré. Lo primero que si recuerdo está lleno de risas, ojos de par en par por las sorpresas y desafíos propios de la niñez. Aún me quedan de esas alegrías en mi bote de ilusiones.

Cada uno de mis nacimientos ha sido hermoso, es lo que los define, la belleza, el reencuentro con la naturaleza y con lo que estimula del exterior. Porque casi siempre es un cambio fuera lo que gesta un cambio dentro. Parece ir en sentido inverso. Cambia algo en el mundo y eso desencadena una nueva mezcla de sentimientos. Y se alborotan los adentros, las ganas y los objetivos surgen, busco la novedad y me centro en lo que ella pueda dar. Para que luego esas esperanzas, azules de cielo y mar, cambien a un gris intenso, vayan degradándose y terminen en un color neutro sin nombre que conozco muy bien. El color de la desazón y el desencuentro con lo hermoso que me llamó la atención en el primer momento. El color sin nombre contra el que continuamente me revuelvo.

Este color no está en mi habitación. Mi refugio, donde puedo protegerme de la rutina aburrida, porque el mundo contenido tras mis ojos esquivos y mis labios cerrados, entre estas paredes, está libre para ser expuesto. Y es así como nazco, arrancando el envoltorio de cada nueva fuente de ilusiones. Descubriendo poco a poco todas las aristas de las nuevas situaciones. ¿Cuándo? Nazco en realidad en el momento en el que mi alma inquieta despierta por haber encontrado un juguete nuevo con el que soñar. Puede ser un ser vivo, una obra de arte, un aparato, un concepto. Puede ser casi cualquier cosa. Pero no te pienses que podrás a priori saber que desencadenará el proceso. Es imprevisible. Mi maquinaria mental encuentra fuentes de obsesiones deliciosas en lo más inesperado. Y cuando se desata el movimiento, nazco, muto, me vuelvo otra. Me convierto en alguien nuevo.

Las ideas anteriores se desvanecen, dejan lugar a la recién llegada reina. Y olvido por completo las anteriores obligaciones, les abandono y les hago requiebros. Si tengo que deshacer antiguos mecanos para componer el nuevo, lo haré sin dudar. Todo sea por la nueva deidad... Y así, lo que dé de sí. Lo que pueda durar. Suelo exprimir concienzudamente cada uno de los inventos. Llevo cientos.

En este momento me dedico a meditar, a estar tranquila y esperar. Quizás, si te atreves a hablar, pueda surgir una idea nueva que desencadene movimiento. Y yo, impelida por esa fuerza bendita, nazca, sintiendo la magia que me conmueve los cimientos...

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