Poemario: Saltar al vacío
Séptima etapa: Viajar
Hay momentos de la vida donde la vida misma te recuerda de que se trata vivir, mientras te encuentras pasmada, inerte, en el punto más lejano de ti pero respirando, inhalando el aire, un aire ausente, en una casa en la orilla ausente, porque en este punto se te dificulta ver la magnitud, tener en frente la arena sumergiendose en tus pies, el sonido fuerte de las olas que se escucha a infancia, la piel lavada de sal, aquí vine a dejar todas mis mareas.
Cuando nado, nado en mi y cuando nado en estos no se cuantos kilómetros y litros de agua llamados mar, creo que mi afán por venir aquí es compararme con él, es haberme visto así, haberme sentido exactamente igual, ser serena y tranquila pero también atreverme a hacer estragos con mis mareas revueltas, haber recibido la injusta basura humana, ser incierta, llevarme todo y a todos por delante con mi absurda furia, ser infinita pero sin olvidar mi lugar diminuto y así volver a mi mala costumbre de olvidarme todo el tiempo de estar viva, mi maña de salir corriendo hacia alguien más, voltear al otro lado y no seguirme a mi, nadar a contra corriente, de seguirles los pasos, de seguirte los pasos y volver siempre a perder el rumbo del viaje.
Navegar con mi excusa de acompañante, yo no soy más la acompañante, yo soy quien maneja el barco, la navegante, quién ha modificado todo su rumbo por llevar a otros, por dejar a otros, por ser la lancha, por ser el medio, por botar mi mapa, por soltar el timón, por dejar mi tripulación, por ahogarme con el ron.
Ya se bajo el ultimo pasajero, es decir, ya obligue a todos a bajarse, todos a tierra menos yo, ya los deje a la mitad, ya naufrague con la escama a medias, con la aleta rota y en la mitad del oceano siento la capacidad de abandonar hasta el barco con tal de no abandonarme a mí, porque agache la cara y una ola me mostró mi cara y me vi, el espejismo dibujo mi rostro, justo ahí agarre esa hola y me acorde de ese huesped que vive ahí.