Ronel González Sánchez

Ultima cena en san petersburgo

Yo también quise sentarme ante la mesa
como en un sitio espléndido,
cuyos muros fueran solamente división de las sombras
y no el pesado cuerpo de la muerte.
 
Urdí durante lluvias una oración para el instante
en que ningún comensal quedara fuera del convite,
arriesgué la ceniza que mi madre aventaba
como un símbolo del escaso pudor
que invadió los rincones,
sin poder impedir el lacerante cerco
que derramó la Nada en los platos de sopa.
 
Afirmé ninguna ausencia, ningún odio,
podrá más que el susurro de mi padre en esta Navidad,
todo depende de la porción de indiferencia
que viertan en sus manos
o de la plenitud que propicie el recuerdo.
 
Años atrás mi madre sonreía
como un santo de estopa,
en la hora de conciliar nuestros destinos
separados por la vajilla humeante.
Hoy el humo nos dicta mil palabras
confusas, música de las ferias que sólo yo descifro,
y apresuro a calmar para que avance la cuaresma,
sin tanta hiel encima.
 
Yo también quise sentarme ante esta mesa
sin temer al dolor del rostro de mi madre,
pero es inútil ponerme este disfraz.
 
Debo asistir, una y otra vez, a la ciudad
deshabitada
que borró la grandeza
de mi propia familia.

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