Las horas corren dentro del cuarto, sin sentido, simplemente
se resbalan por los dedos de manera tan sutil, que casi que no se perciben, pero invaden mis pensamientos con una sensación de desespero por el encierro que yo misma elegí, por el simple trueque de suspiros a pesos que me quita el aire, pero que me reto diariamente a llevar y sobrellevar la carga de silencio y sonrisas frías en el cuerpo, de un alma que yace muerta por falta de oxigeno fresco en las madrugadas, de miradas nuevas, de momentos no vividos en lugares nunca vistos donde el tiempo no perdona y nunca vuelve.