Mauro Saucedo

La cuarta carta a Diana

Escrita entre noviembre y diciembre del 2024, pensada para leerla el 20 de diciembre del mismo año
Guadalajara, Jalisco

Diana adorada:

Esta carta la escribo con la intención de leértela a finales de diciembre después de haberte pedido que seas mi novia, llevarte el primer ramo de flores a tu casa y comer en un picnic contigo. Todo lo que te voy a decir es algo que he sentido con una urgencia creciente que no puede esperar más. Hoy solo quiero confesarme, agradecerte y ofrecerme. Ya verás a lo que me refiero.
Diana, llevo dos meses saliendo contigo desde que nos conocimos, y estoy muy enamorado de ti. Este tiempo me he dado cuenta que eres una persona que me fascina en muchos aspectos. Desde el 20 de octubre te he observado lo suficiente para darme cuenta que tienes un corazón noble que sabe querer muy bonito, eres sumamente inteligente con una facilidad tremenda por buscar la forma de hacer las cosas, de no frenarte a los obstáculos que te pone el mundo. Te admiro mucho por eso. Eres obstinada con lo que quieres, devoras lo que amas con tu corazón hambriento. Eres independiente, fuerte y autosuficiente. Una gran mujer si me lo preguntas. He contemplado tu corporalidad en la existencia del mundo. Lo primero que noté cuando te conocí es que tienes unos ojos preciosos. Yo me perdí en ellos cuando me miraste fijamente y te acomodaste el cabello en aquella cafetería. Quizá esa fue realmente la primera vez que deliré contigo. En ese fugaz momento vi pasar muy rápido esos ojitos tuyos riendo, llorando, durmiendo, siendo felices, cerrados por los besos, curiosos y enojados. Tal vez esa primera vez me di cuenta que quería mirar esos ojitos toda mi vida. Aún sigo visitando mucho ese recuerdo para descifrarlo. Tu boca, Diana. Yo no había sentido antes que mis labios encajaran tan bien con una boca, como con la tuya. Además, tienes muchos lunares alrededor de tus labios. En ellos yo ya elegí que quiero hacer mi hogar, vivir a la vera de tu boca y contemplar su cielo con la esperanza de un preso. Toda tu carita para mí es un sueño. Tus cejas, tus ojitos, tus pestañas, tu nariz, tus labios, tus lunares, tu piel, tu perfil. Todo. Creo que en conjunto hacen una armonía que es un descanso para mis ojos, que en ti ven a la que quiero que sea mi compañera de vida. He visto también tu cabello hermoso, oscuro, denso y largo. A mí me encanta el estilo de cabello que te hagas, tu larguísima cola de caballo asegurada con tres ligas, o tu cabello suelto de caída perfecta. Por supuesto, no podemos dejar fuera tu cuello, tus hombros, tu espalda, tu pecho, tu abdomen, tus caderas anchas, tus brazos, tus piernas, tus manos, tus pies; todo lo que te compone y te da forma para que interactúes con el mundo. Todo eso que he podido contemplar me encanta, creo que, al igual que ver tu carita, todo lo que eres es un sueño para mí. Tienes todo lo que me gusta y no te cambiaría nada, Diana. Eres hermosa.
A mí me vuela la cabeza, dirías tú, que tengas tanta intención de hacer recuerdos propios conmigo, y estar a la par de lo que estamos dispuestos a hacer por nosotros. Yo, que siempre he sido un mal apostador y he salido perdiendo, estoy sumamente feliz y agradecido con eso. Es la primera vez que siento una reciprocidad tan tangible y equilibrada, donde no me da miedo apostarlo todo. Mi corazoncito arde en llamas y baila de felicidad, sin duda, es una de las razones por las cuales me siento tan seguro y me es fácil pensar el futuro contigo. Te lo agradezco infinitamente. Diana, yo te confieso que soy un apasionado en recordar nuestras memorias en estos meses. El domingo cuando nos conocimos en la cafetería y salí temblando. El primer jueves que fuiste a mi casa para besarnos y cantarte cerquita mirándote a los ojos. La primera noche que fuimos ciegos leyéndonos en Braille y tuvimos nuestro bautizo de fuego. Las tardes en mi casa escuchando música, abrazándonos, viendo la tele y contándonos nuestro día, haciendo de nosotros un hogar. Las veces que hemos ido al cine, a caminar por la calle o haciendo planes tranquilos, siendo felices con cosas tan simples. Yo me he dado cuenta que hemos empezado a articular nuestro propio lenguaje, de a poco me doy cuenta lo que significa cuando haces tus ojos grandotes, cuando me contemplas sin gesto alguno, cuando me sonríes después de mandarme un beso, cuando me das la mano en la calle, tu peculiar rapidez al hablar, cuando me dices “pinche chamaco”, tu forma nada disimulada de tomarme fotos, tu sonrisa enamorada viéndonos al espejo, todo lo que he podido notar de ti. Me ha encantado poder contemplarte y empezar a entender y hablar el mismo idioma que tú, compañera mía. Estoy sumamente agradecido por eso también.
He dicho todo esto para reconocer que hemos triunfado y hemos sido valientes de querernos y arriesgarnos, también para agradecerte que seas como eres, todo lo que encarnas y los momentos que hemos pasado juntos, pero aún falta una cosa más.
Diana, esperanza mía. Yo no puedo ser tu novio sin antes hacerte saber esto. He recorrido un largo camino lleno de espinas y rosas, tormentas y soles, festines y hambrunas para llegar aquí contigo. En esta historia mía de 28 años he sido consciente de las cosas que soy, de las que quiero ser y de lo contrario. Al hacer este humilde reconocimiento de mi propia mitología, hoy me atrevo a ofrecerme a ti. Diana, te ofrezco estos ojos que lloran seguido y que descansan la vista en los lunares de tu cara. Los mismos ojos curiosos que vieron el tesoro que eres, y que quieren contemplarte la vida entera. Te ofrezco mi boca que calla por no mentir, que busca las palabras para transitar la realidad del mundo, como cuando te dice que eres hermosa a todas horas. La misma boca que tantas barbaridades te ha dicho, pero que está segura de ellas. Te ofrezco mis oídos, dos muelles donde encallan tus barcos. Los mismos oídos que siempre van a querer escucharte, y que tantas veces han escuchado mi nombre de tu voz, estremeciéndose. Te ofrezco este corazón con cubierta de papel que arde con tus besos. El mismo corazón selectivo que ama con suave intensidad, que devora lo que ama y se muere en la raya cuando deja de ser un desertor. Te ofrezco mis necias manos, mis rodillas enfermas, mis largos brazos, mis fuertes piernas, mi corazón ardiente, el huracán de mi tripa; en pocas palabras: mi imperio entero. El mismo imperio que un día caerá convertido en polvo y será olvidado, pero que será fuerte y luchará batallas con quimeras, cruzará el río por verte aunque afuera duela el frío, será refugio del mundo, risa para tu llanto, fiesta para tu canto, siempre que lo necesites, tu escudo y tu manto. Incluso te ofrezco la tristeza que a veces mancha mi camisa, mi terca disciplina que siempre busca su cause como río, mi limitada energía que me drena el mundo y sus peripecias, la deshojada flor de mi juventud en declive, mi aburrido hábito de contemplar sabiamente las repeticiones de la vida, y estos textos, mediocres y honestos, de hambre descarnada y pasión desembocada. Diana, te ofrezco todo lo que soy, el trocito de mundo que encarno, que tal vez sea poco, pero ojalá a ti te parezca todo.
Después de haberte dicho esto, de confesarme y dejar que me leas como un libro abierto, solo nos queda ser fuertes, ir de la mano y no dejar de intentar. Diana, yo contigo lo quiero todo. Estoy dispuesto a ser la roca en la que choca la marea, abrazarme a tu mirada y hacer de cada amanecer una oportunidad de ser nuestro hogar. Recuerda siempre que valoro tu valentía, tu coraje de arriesgarte por mí, y por el regalo de tu querer tal y como es. No te cambiaría nada.
A los lugares donde vaya siempre irás conmigo, mi vida. Llevo tu amor como bandera, tus besos de consuelo, tus abrazos de refugio. Ya eres parte de mí.

Te deseo mucho amor y mucha salud.

Ojalá que nos vaya bonito.

Te beso y te abrazo.

Mauro, el que vio su esperanza en tus ojos y se enamoró en otoño.

Otras obras de Mauro Saucedo...



Arriba