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Diagnóstico

Solía decirle que no era ella misma al reflejo rasgándose
Con las uñas la carne del rostro frunciendo
El ceño y palideciendo mientras tanto la mandíbula
Helada en la palabra como enemiga impronunciable
 
Se sostenía en las paredes y respiraba inclinando la nuca hacia atrás
Apartando los labios agrietados cerrando miméticamente los ojos
Con fuerza mis puños en los bolsillos de la campera rasgando la tela
Rasgando la carne de las manos y clavándose las uñas
 
Clavándoselas en el interior de la palma y haciéndose sangrar inconsciente
Un celo anónimo resonaba entre las cuatro paredes ella boqueaba como un pez muriente
Y la frente contra la rigidez cristalina del espejo
La transpiración diáfana duplicándose en un halo redondeado
 
Y su reflejo disperso contra la pared pálida en el contraste indivisible
La mirada punzante la mirada insistente contra sí misma cuestionándose
Solía decirme que no era ella misma
Solía pedirme perdón por llorar cuando yo llegaba siempre me explicaba que en mí se veía reflejada
 
En la piel tersa y los años que aún tenía por malgastar, decía
En el cuello largo y las manos de pianista el silencio de mi boca mis pocas palabras y la buena postura, postura de señorita
Solía mirarme como si yo no la viera como si observara pero a través mío
Mi cuerpo biombo translúcido de inocencia e inscripciones descifrables solo ante la luz opaca de sus ojos
 
Se roía los propios labios fruto insípido de madurez tardía
Era yo aquel contorno del reflejo tras el biombo y su mirada punzante insistía
Sobre la futilidad de mi carne rasgada, inmersas
En la nube azulada cubriéndonos, una noche de charla poco animosa
Ella miraba tan distante un punto fijo detrás de mi nuca
 
Los puños cerrados con fuerza rasgando la carne clavándose
La daga del tiempo en el estómago
Haciéndose sangrar de ese modo a otra mujer jamás he visto
Mutilarse, posando la mano sobre el hueco del pecho ausente
 
Estampaba la frente contra el espejo y respiraba bestialmente como si el tiempo y la ausencia constante del pecho actuasen
Sobre su piel resbalando como un flujo de sangre permanente
Brotando del hueco de la herida
La memoria de lo perdido
 
Penetrando intermitentemente en los silencios del cuarto amplio
Yo prendía el cigarrillo en la penumbra de la noche– parecía no importarle que fume en interiores
Ni el calor húmedo de noche lluviosa agolpándose contra los vidrios amarillentos de la sala
Su mano descendía por el cuello de la camisa
 
Viendo un punto fijo detrás del biombo de mi cuerpo blanco
Tras el humo del cigarro respiraba mi trémula inocencia en esos ojos
Pequeños como dos pasas incrustadas en el bollo de masa cruda de su cara
Acariciaba la bola de algodón rellenando el corpiño con los ojos fruncidos y las arrugas pronunciadas en la frente y las comisuras de la boca hendidas hacia dentro
 
Luego lloraba silenciosamente como si no la viera, como si no notara mi presencia
Mordía sus dedos pútridos para suprimir el sollozo pero aquello
Inimaginable, un reflejo condicionado de empatía inalcanzable
Era la escisión de una misma que arrebaten aquello que es y que de repente no sea
 
Que permanezca como espacio clausurado tras el cruel desprendimiento
Ahora muérdase los dedos
Llórele en quebrantos al espejo
Pretenda luego no ser consciente de sí misma ante el recuerdo sofocado del desgarro del propio cuerpo

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