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Bendiciones

Todas las mañanas, de lunes a sábado, baja por la escalera con paso enérgico. Va cómodo porque tiene que caminar bastante. Usa shorts deportivos por debajo de la rodilla, medias blancas hasta el tobillo y zapatillas para correr. Por encima, solo una remera dry fit celeste, Adidas. Tiene el pelo canoso. En todo momento usa barbijo cuando decide salir y, siempre que tiene la oportunidad, se echa alcohol en gel en las manos.
Saluda a los porteros, se persigna y los bendice, uno por uno, en cada edificio, a lo largo de quince o incluso veinte cuadras, según cómo esté el día para caminar. Tiene una voz apacible pero firme.
—Yo vi a Jesús, me salvó cuando estuve en el hospital Posadas después del accidente –cuenta para justificarse ante quienes lo reciben con sorpresa–. Por eso ahora bendigo a todos los trabajadores y porteros que me cruzo.
Cuando vuelve, cansado, usa el ascensor para subir hasta su departamento en el segundo piso de un edificio de Recoleta.

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