Cae el verano,
cae el árbol y la flor,
pero no cae la gota.
No se lanzan las nubes
al verde liquidámbar,
no rompe el cielo
su alma cargada,
no la deja desplomarse
sobre nosotros.
Cae el verano,
se vacían los mares
y los ríos escasos,
y los pájaros
van poco a poco
encontrando remanso.
Les miramos, sin contemplarlos,
oímos sus melodías sin escucharlos.
Nos miran, se mueven, nos hablan.
¿Acaso buscan decir algo?
¿Acaso claman los animales?
¿Reclaman, declaman, aman?
Todos tenemos sed.
Algunos de libertad del otro,
del otro que no se parece a mí en absoluto.
No llueve lo suficiente.
No osamos mirar al que no reconocemos
como semejante.
Nos falta ternura.
Buscan vida sensible, inteligente,
¡y la tienen justo al lado!
¡Qué perfectos desconocidos
hemos sido siempre!
Cae el verano,
caen los intentos
de encontrar senderos
bajo copas de árbol.
Cae la luz,
caen las horas,
los lugares desconocidos,
la actividad vital,
pero no cae el agua.
Del borde del cielo
van cayendo uno a uno
los placeres del estío;
sujétate bien el corazón,
marcará toda la diferencia
cuando llegue el frío.
© Maria Luisa Arenzana Magaña