En ti (por mi bien) me he refugiado:
los impíos doblan el arco,
preparan sus flechas,
apuntan a mi corazón.
Si están ya socavados los principios,
¿a qué se atendrá, Dios mío, el hombre justo?
Santo templo, Dios mío, cielo y trono:
no concedas victoria a la violencia
que enredan en su alma los inicuos,
nazcan romas las puntas de sus flechas,
su odio, su maldad no favorezcas...;
antes, trampas, fuego, azufre, un viento abrasador
y tu furia incontenible les cegarán los ojos
porque nadie impuro puede tocarte, Santo Espíritu,
y solo el hombre justo contemplará tu rostro...