Mandan las cosas humanas, a su arbitrio, el oro y hierro: y entre sí estos dos metales se dividen el imperio.

A cuantos encuentras, das besos, en prueba de amor: si me amas, hazme favor de no besarme jamás.

Más contribuyen al Rey con la nariz los gallegos, que los demás españoles juntos con todo su cuerpo.

Al igualar ya con tu cielo tu suelo, Madrid, te atreves: el cielo a Júpiter debes; a Carlos debes el suelo.

Su dolor no llame agudo quien llora con frenesí. El gran sentimiento es mudo. ¡Triste de aquél que no pudo decir siquiera: ay de mí!

Todo lo vence el amor, todo lo consume el tiempo: ¿cuál de los dos puede más, aquel niño, o este viejo?

La beldad más superior si de discreción carece, ¿no sabes lo que parece? flor vistosa sin dolor.

Rica y muda es la doncella: mil andan alrededor: dos dotes a cual mejor lleva quien case con ella.

Si como dicen es cierto que amor por los ojos entra no sé como en ti se encuentra amor tanto siendo tuerto.

Quien se acicala y repule, quien presume en el vestir, o quiere que gusten de él, o gusta mucho de sí.

Cuando a alguno se pretende casar contra su deseo, el hacha apaga Himeneo, y Tesífone la enciende.

A la abeja semejante, para que cause placer, el epigrama ha de ser: pequeño, dulce y punzante.

Dos son las enfermedades que el hombre padece al año: una que llaman invierno, otra que llaman verano.

La luz hermosa del fuego a la mariposa engaña: el sol mismo la fomenta, la imagen del sol la mata.

Feliz hallazgo y virtud del arte medicinal, ¡hacer que de injerto mal brote la misma salud!