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D.A.

Morenos ojos, morenas telas, morena alma,
los días no terminan
sin un poco de tu morena gracia.
La cálida manta sobre ti reposa,
careciendo de razones sensatas,
pues delira pensando en tal dorada musa de pulcras sonrisas.
 
Desconocemos las tragedias del otro,
ignoramos sentimientos familiares
y tal vez olvidemos lo cercano de nuestros pasos,
mas espero conocerte antes que ellos.
 
Una tibia melodía emana constantemente,
aquella harpa ya extrañada,
serena como el dulce río, y dulce,
al igual que el murmuro de la brisa.
Desertaría de la realidad,
en caso de tus cantos cesar,
causan calma y me prometen un mañana,
extinguen la indiferencia entre versos intelectuales,
complementarios a esta alma en trozos mancillada.
 
Bastaría el claro aposento celestial, y más,
para tus atributos culminar de redactar,
aunque antes de ello, teniendo el palpitar expuesto,
lo recalco con simpleza,
el deseo desbordante de iluminar nuestras opacas certezas.

Tal vez algún día le entregue este poema.

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