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El sueño de un caminante

Hoy he escrito sobre lo que me gustaría llamar “el sueño de un caminante”. Es cierto que no me gusta ser impulsado por el viento durante mi paseo, pero sí es cierto que me gusta caminar de vez en cuando por el bosque. Antes, me adentraba en él y caminaba durante horas, acompañado únicamente por el silencio, el piar de los pájaros, el correr del arroyo y el ronco ladrido de algún corzo... que esquivo, escondido en las sombras, evitando la mirada humana, nos hacía percibir algunas veces, el susurro de ramas rotas y el leve rumor de la tierra bajo sus delgadas patas.
Cuando “Linda” y “Canela” aún vivían, a veces caminábamos para encontrarnos bajo la penumbra de la cercana noche, casi inconscientemente, al compás del tiempo. Nos mirábamos, nos buscábamos y nos encontrábamos.
A veces a solas, mantenía largos monólogos, perdido en un mar de recuerdos, a veces en silencio, a veces escuchando voces mudas que reían junto con mis pasos.
Miradas y labios inquietos iban y venían por caminos invisibles hasta que nos encontrábamos. Sus manos buscándose sobre mi piel, eran ternura y magia al mismo tiempo. A veces, por la tarde, dejábamos de caminar. Tal vez pretendíamos que el momento durase para siempre. Y yo me preguntaba cómo sería el día siguiente, con una mochila llena de experiencias y emociones de ayer a cuestas.
A través de ficticias ventanas entreabiertas, a medida que avanzaba la tarde, los pájaros piaban, como si temieran asustarnos. Algunas veces, el viento arrastraba las hojas de los árboles sin rendirse, y yo intentaba que el viento no se llevara nuestros sueños, al igual que ocurre con los sueños que nunca vemos realizados. Una vez quise hablar con ella, pero al cabo de un rato desapareció en la fantasía de la arboleda, sin responder  mis preguntas.
Sí, sé quién es. También sé que la puerta de su mente nunca se ha abierto. Mis pensamientos la siguen, intentando llegar hasta ella, deteniéndose bruscamente, aparentemente enfadados. Entonces meto la mano en el bolsillo, buscando lo último que me queda, un rastro de amor. Me dijo que le devolviera la sonrisa. Se dio la vuelta y empezó a caminar. Se detuvo en un claro del bosque, se agachó y cogió algo que yo no podía ver. Se agachó con cuidado, como si temiera estropearlo. Cuando llegué a su lado, me miró un momento y volvió a sonreír, y en esa sonrisa vi el primer destello  de la luna, y la oscuridad empezó a envolvernos silenciosamente. 'Linda’ y 'Canela’ empezaron a caminar tranquilamente y se detuvieron a la entrada del pueblo, la bella mujer me miró, volvió a perder la sonrisa, se dio la vuelta y se adentró en el bosque dejándose envolver por las sombras.
Linda y Canela, como esfinges, esperaban pacientemente mi llegada bajo el cielo despejado. Las primeras estrellas titilaron sobre nosotros desde algún lugar del espacio, haciendo guiños, sin importar la distancia que separaba nuestros mundos.
El cielo se cuajaba de estrellas y nos dirigíamos a casa, dejando atrás el camino de la nostalgia. Las sombras nos rodeaban, y mientras caminábamos pensaba en el sueño y en la mujer del bosque. Tal vez mañana volvamos a encontrarnos.
Llueve sobre mi alma y el bosque no lo sabe...

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