Y aún la recuerdo...
La tarde de los loros.
Cuando después de aquel almuerzo
llegamos a ese lugar.
Buscabamos sol,
pero también una sombra.
Para un rato recostarnos...
a contemplar el cielo.
Aún hacía frío
y me abrigó ese atuendo...
color manzana verde.
O verde lima.
Y en un segundo encendiste un fuego,
más cálido que los abrazos de invierno,
bajo las mantas de plush azul.
Y arriba...
Bien alto...
alas libres por doquier.
“Mirá los loros”, te dije.
Y como niños curiosos...
sigilosamente...
entre charcos de ese arroyo...
nos acercamos a ver.
Fué magia.
En el infinito cielo.
En el sagrado campo.
Tirando deseos al fuego.
Guardando los segundos en mi alma brillante.
Sí, brillante.
Como cuando cierro los ojos y veo aquel instante.