Yo gobierno y atiendo
a un mundo perverso,
de estas tierras soy El Rey
y serlo es mi único deber.
Es en cada mañana
el mismo comienzo
de la invariable rutina
con su ordinario almuerzo.
Desayuno a la diestra
de mil sombras mías
que susurran cada día
“somos toda tu compañía”.
Frente a un olvidado balcón
súbditos gritan mi nombre
y lo maldicen con rencor
“tú no mereces tal honor”.
Sus voces forman un concierto
que se une al feroz viento
y sacude los débiles cimientos
que protegen a mis sentimientos.
Se me da lo que quiero
y se hace lo que ordeno
mas nada sacia mis ganas
de tener mis propias alas.
Algunos mi lugar envidian
y otros por él la vida darían,
mi codiciado lugar es privilegiado
pero tristemente desolado.
Los cotidianos susurros
y los incansables gritos
exigen con brutal fuerza
mi cabeza en una bandeja.
Un afilado y resplandeciente
fragmento de funesto metal
se aproxima velozmente
para mi joven cuello cortar.
Confundido y vulnerable
con mi último aliento
formo la interrogante
“¿es así como muero?”.
Cierro mis ojos al suspirar
y me percato de la verdad,
yo a las voces les di lugar
y el poder de aniquilar.
Ellas no existían realmente,
estaban dentro de mi mente
y no en aquel infeliz reino
que hoy pierde su gobierno.