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Decisión sin marcha atrás

Caminé al océano ayer,
llevé mis penas conmigo
para ahogarlas de una vez
entre lo eterno y el olvido.
 
Mas mi plan no ocurrió,
me asomé al intrigante azul
y dudé de lo que él me mostró
porque mi rostro no reflejó.
 
Él me contó a la brevedad
de un hombre que suspiró
se encaminó a la tempestad
y con sus penas pereció.
 
Era un desdichado marinero
con un frío abrigo de desesperanza,
unas pesadas botas de inseguridad
y una falsa sonrisa para disimular.
 
Todas las noches atento oía
a la voz que emanaba de la orilla
que lo invitaba a dejar sus males
entre lo más recóndito de los mares.
 
Fue convencido una noche
y resolvió todo reproche
para salir y zarpar en su bote
a pesar del viento y su azote.
 
Desafortunado marinero solitario,
quedó atrapado en una tormenta
sin más compañía que sus miedos,
remordimientos y tristezas.
 
Por primera ocasión pudo ver
al sentir lágrimas caer
el deterioro como heridas
en el bote y en su vida.
 
Ahora era demasiado tarde,
los daños de la nave
y la tribulación creciente
lo conducirían a la muerte.
 
Desventurado marinero solitario,
sus plegarias silenció la distancia
mientras el mar y su arrogancia
evitará que puedan recordarlo.
 
Entre el agua del bravío mar
él no paraba de preguntar
¿yo tengo problemas
o el problema soy yo?
 
Inevitable y sin avisar,
así llegó la sentencia del mar
sobre aquella voz de pregunta
que respuesta jamás obtendrá.
 
Hoy escucho yo mismo
a la voz que brota de la orilla
en la que encontré el mismo abrigo
y me brindó las mismas zapatillas.

Escrito en junio de 2022.

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