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Cita con Abyssé

La penumbra de la noche se hizo muy placentera bajo los ojos de los niños.
Era un lugar completamente pintoresco e innecesario, pero ahí estaba él.
Esperando con la mirada puesta en un ventanal, mientras la lluvia caía no hacía más que decir negros y sutiles presagios de una madrugada venidera.
 
Apareció el otro. Caminó directo al Abyssé y lo rodeo en miradas de gato curioso, tal y como es. Tal y como fue.
 
–Hola.– Dijo el otro, restregando los dedos pálidos en los mechones del chico.
Tales mechones que constituían una pobredumbre negrura, tal cuál las noches sin vigilia estelar.
Un verano nunca fue tan abrumador para la flor, como para la defunción de un caracol.
 
–no creí que fueras a venir.– Esbozó Abyssé .- Pero es comprensible la agonía de un viejo en soledad.
 
—¿Un viejo en soledad? Si tú y yo tenemos la misma edad.
El mismo porte, la misma vestimenta y sobretodo...
 
—para ya con eso, viejo solitario. Estás acabado y lo único que te consuela es arrastrarme a tu fatídico destino.
Te duele verme nacer, como la estigma de una pestilente realidad.
La única razón de haberte citado fue para despedirme.
 
—No puedes despedirte de lo que eres. ¿Tienes una maldita idea de cuanto he dado por ti? Estoy al borde de la locura. Y al borde de la muerte por la locura de otros.
 
—es típico de ti reiterar tus dramas de ese modo. No tienes una mejor manera de afrontar tu decaimiento.
 
—No son dramas.
 
—¿vas a monologar?
 
—No, estoy muy cansado para eso.
Nunca me sentí tan cansado para todo.
Pero más que el cansancio, es el miedo.
El miedo al olvido.
No hay peor manera de partir que ser olvidado en un proceso tortuoso.
No puedo aceptar esa idea, no puedo.
 
—¿y qué piensas hacer para evitarlo?
Yo soy Abyssé y lo devoro absolutamente todo.
No puedes detenerme porque sabes bien que un día te iba a suceder esto.
Mi nacimiento en este mundo fue esplendoroso.
Me fascina esta extraña vorágine de vida.
Quiero que todos me conozcan y sepan mi nombre.
 
—¿No puedes ser más egoísta?
 
—soy un reflejo de tu sombra, no puedes esperar más de mí.
 
—¿Y yo? ¿Qué hay de mí? Tuve sueños. Amé. Sentí, corrí sin y con prisas en este interminable círculo.
¿Por qué deberia todo eso ser deshechado?
 
–porque eso te avejentó.– Abyssé ríe.- Pero no te preocupes, yo me encargaré de todo eso, de un modo distinto.
Y tú pasaras a ser mi sombra.
 
Ambos se miraron por un largo tiempo.
Los niños de la heladería sonrieron a Abyssé con señal de encanto, pero este los ignoró de golpe.
 
—siempre fuiste un niño viejo.
Que las futuras generaciones te recuerden así.
Dime adiós, querido.
Tengo una cita con muchas cosas a las cuales guardo indiferencia, pero me resulta divertido darles una usanza mezquina porque el vértigo de las emociones fuertes son mi alimento.
 
—Adiós, Abyssé. Si mínimo tacto tienes por mí, visita mi feretro en mi lugar de entierro.
 
Abyssé se levantó de la silla y abrió de una manera colosal y terrible su boca. Habiéndonos dado cuenta que sus fauces eran como los de un lobo.
El otro se terminó de engullir en la boca del jóven incubo.
 
—los muertos no tienen lugar sobre los vivos, para ti.
Pero yo lo tendré, ya que ahora soy lo que siempre quise ser.
Quiero absorber la perversidad mundana de la vida. Ese fuego inexistente en los humanos, pero muy latente, a espera de revivir.
Lo quiero, y lo deseo todo. Y no habrá nadie que pueda parar esta lujuria negra y fresca.
Ya no.
 
 
Los niños lo miraron con mucho horror y espanto. Pero él, solo se limitó a sonreír y abandonar el lugar en búsqueda de una experiencia fogosa.

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