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Poema tres

La mujer de los pechos oscilantes
deja posar sobre ellos
                  a las mariposas,
al temblor de las hojas en la brisa,
al aullido del gato nocturno.
Sus dientes destilan un licor muy dulce,
se producen también circunstancias incitadoras de
                  fantasías
y hay más descripciones.
                 ¿Qué se ha visto?
Madonas inasibles yacentes en pantanos perfumados,
sinfonías de lo profundo del ser en los más hondos
                 soles corporales,
vestigios de la dicha
cuya llama se irisa en la médula, un clamor
en la concavidad desolada del día.
 
Ella cubre sus muslos y sus brazos
                  con jaleas salvajes,
aceite de palmera sobre la arena suave,
a sus espaldas el insondable paisaje del océano,
vendedora de choclos calientes y jugo de ananá,
invoca la endemoniada dicha de vivir en un país de
                  la ribera de las moscas.
Frutas agujereadas, amores inhóspitos, deserciones,
pasajeros que esperan en vano que el tren se
                  detenga
mientras corre sin fin a través de los campos
                  polvorientos.

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