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La casa del poeta

  En casa de Don Gil estuve un rato,
y en tanto que le hablara cara a cara
de su grande familia la algazara
por un poco me pone mentecato.
 
  Estaba la mujer fregando un plato,
un chiquillo arrastraba un cuchara,
y un negrito infernal con una vara
zurraba sin piedad a un pobre gato.
 
  La familia d hambre se moría,
y la pobre mujer una peseta,
para pan al marido le pedía.
 
  Pero Don Gil escucha y no se inquieta,
pues vendió su taller de sastrería
y hace catorce meses que es poeta.
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