#Modernismo #Nicaragüenses #SigloXIX #SigloXX #1887 #Abrojos
Amo los pálidos rostros y las brunas cabelleras, los ojos lánguidos y húmedos propicios a la tristeza, y las espaldas de nieve,
El ave azul del sueño sobre mi frente pasa; tengo en mi corazón la primavera y en mi cerebro el alba. Amo la luz, el pico de la tórtola,
Sí, yo he escrito estos Abrojos tras largas penas y agravios, ya con la risa en los labios, ya con el llanto en los ojos. Tu noble y leal corazón,
Gerón, rey de Siracusa, inmortalizado en sonoros versos griegos, tenía un huerto privilegiado por favor de los dioses, huerto de tierra ubérrima que fecundaba el gran sol. En él permití...
Una selva suntuosa En el azul celeste su rudo perfil… Un camino. La tierra es de color… Cual la que pinta fra Doménico Ca… En sus Vidas de santos. Se ven ex…
¡Es con voz de la Biblia, o verso… que habría que llegar hasta ti, Ca… ¡Primitivo y moderno, sencillo y c… con un algo de Washington y cuatro… Eres los Estados Unidos,
¡Advierte si fue profundo un amor tan desgraciado, que tuve odio a un hombre honrado y celos de un moribundo!
Vivió el pobre en la miseria, nadie le oyó en su desgracia; cuando fue a pedir limosna lo arrojaron de una casa. Después que murió mendigo,
En medio del camino de la Vida... dijo Dante. Su verso se convierte… En medio del camino de la Muerte. Y no hay que aborrecer a la ignora… emperatriz y reina de la Nada.
Saluda al sol, araña, no seas renc… Da tus gracias a Dios, oh, sapo,… El peludo cangrejo tiene espinas d… y los moluscos reminiscencias de m… Saber ser lo que sois, enigmas sie…
En el libro lujoso se advierten las rimas triunfales: bizantinos mozaicos, pulidos y raros esmaltes, fino estuche de artísticas joyas,
¡Oh mi adorada niña! Te diré la verdad: tus ojos me parecen brasas tras un cristal; tus rizos, negro luto,
Convengo de cualquier modo. No son raras hoy las víctimas, y es preciso, en el mercado donde todo se cotiza, que se derrame y se busque
Mi pobre alma pálida Era un crisálida. Luego mariposa De color de rosa. Un céfiro inquieto
Érase un cura, tan pobre, que daba grima mirar sus zapatos descosidos y su viejo balandrán. Érase un cuasi mendigo