Caro Posada Osorio

La vida misma. La vida mía.

Mírala– susurró– siempre va así por la calle,
su cadera se mueve al compás del viento de la noche,
mírala– repitió– ella siempre está observando la luna,
no podrías dibujar la expresión de su rostro al ver aquella estrella fugaz,
¿la estás observando? ¿la conoces? está harta de llenar formularios y cumplir horarios, pero, ¿en verdad la has visto? Es apasionada con eso,
su esencia apaña MI existencia,
loca de atar, seduce a sus problemas para que la dejen en paz, escribe cuando su mente está gritando,
sus gritos son casi aullidos que nadie escucha,
sus letras escritas con sangre nadie las lee,
¿y crees que eso le importa? Ella se impone y sigue gritando,
sigue sangrando y escribiendo,
sus lágrimas han creado el río donde nadan los nadie,
inmarcesible es su pasión, va de negro vistiendo su alma blanca,
no suplica pesares, no es auto-suficiente, pero se abastece de esperanzas,
ama las espinas de sus rosas marchitas y ama el viento, el mismo que las marchitó,
leyó que aún llevando su ropa puesta podía estar desnuda y se despojó de sus prejuicios, mandó al diablo el materialismo, lo hizo cuando todo lo perdió.
Mírala, oh por Dios! Suspira, salta y desafía la gravedad,
siempre que la veas ella, en vez de caminar estará danzando,
siempre estará avanzando, no será feliz hasta llegar a la meta,
desafía también el tiempo, juega con él y con sus malas pasadas, lo comprende, como comprende casi todo,
mira su rudeza, no es más que una muestra de toda su fragilidad,
y así es como quiero que la veas, frágil como paradójicamente nunca se muestra,
mírala así, “inalcanzable”, pura, tan segura de ella misma, tan segura de su victoria, mírala, obsérvala bien, esta puede ser la última vez que la veas, porque sin más ni más, ahí, eterna como la ves, es tan efímera como el tiempo.
–¿Lo ves?– Ya se ha ido.

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