Carlos Ferreyra

Inocencia, Bondad

Diversas Facetas de un Rostro Aterciopelado

Se escapó ahuyentado. El cielo de colores, estallidos impenetrables,
risas estruendosas y ojos de fiesta terminaron por hacer que escape.
 
Se trata de mi pequeño e inocente perro,
de quién no se absolutamente nada desde esa noche.
 
Recuerdo que estaba al lado mío y una tremenda soledad nos introdujo.
Hacer noción de él es relativamente sencillo, tiene un rostro de inocencia,
los ojos más divinos de bondad, aunque no haya aprendido de la sociedad,
su gran corazón aprieta su pelaje para guiarlo.
 
Por un largo tiempo ni su aroma asomaba mis recuerdos, hasta que,
cachetada del destino, no hubo quien esculpiera mi felicidad,
no había nadie realmente, y eso hizo que lo busque.
 
Recuerdo el día que se fue y sus condiciones, el verde trago de traición,
sin guarnición en la mesa, más bien fue un cóctel entrevistó de pócimas,
ninguna más apaciguante que otra, claro destino. Traición, culpa.
 
También recuerdo el olvido de mi gran amigo o en realidad quise enterrarlo,
no estaba listo para aceptar que se marchó,
y muy cobarde como para salir en su busca
preferí pretender que su aullido aún me constipó.
 
Cuál Ícaro, me bañé en lujuria quemado
por el enemigo número uno del hombre: su orgullo.
 
Si han visto a mi pequeño perro por favor avísenme,
si lo ven díganle que vuelva a casa, que mi preocupación alcanzó al puente,
y mis alas nunca fueron probadas con anterioridad

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