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Mis sangres

En el interior del jarrón, en el rincón del baúl, en la última habitación de la casa abandonada, en el pueblo fantasma, en esa aldea quemada.
Allá mis sangres llaman.
Se retuercen en un grito sin sosiego, me susurran, se tuercen, permanecen impávidas, lloran, se desgarran, se levantan se arman.
Allá mis sangres me llaman.
En el devenir del tiempo se les ha acusado, que provocan, que seducen, que peligrosas, que queman, que despierta en los hombres un hambre voraz, que un instinto salvaje, que es locura, que es brebaje, que elixir celestial, que condena a pecar.
Allá mis sangres me llaman.
Allá mis sangres nos llaman, voraces, con lujuria, con sed de justicia, con hambre de paz, con guerra a punta de flechas, con grito de libertad, con lágrimas de amor.
Allá mis sangres me llaman,
que me trence las angustias, que beba las almas, que las sienta, que me pinte la cara, que arda en su llama, que dance en su nombre, que lleve la marcha.
Allá mis sangres me llaman, cansadas del olvido, sin intención de ceder, que su canto ancestral nos reuna.
Siluetas bailando en el fuego, preparando el ritual, de los rincones del averno, de los confines del cielo, llegan una a una, hungidas por el mismo linaje, hermanadas por la misma canción.
Una a una van llegando, descifrando en el canto de sirenas, la verdad.
Allá mis sangres nos llaman.
Ancestras en la fogata.

A ellas, a mi.

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