Anna Rousseau

Una última noche

El teléfono sonó a las 22h45. Cómo todas las otras veces, fue tanto un alívio del anhelo de escucharla, cómo un dolor inmensurable al saber que no pasaba nada más que conversación. Conversaciones, conversaciones. Inútiles, y a la vez, una fuente de vida a un alma que ya se había muerto hace muchísimo tiempo.

Tatiana le decía las mismas cosas. Hablaba de su día y de la oficina, del tráfico y un hombre grosero que encontró regreso a la casa. La escuchaba con cariño y fastidio. Estaba cansado– fisicamente cansado. Su emocional ya no se podría describir con ninguna palabra existente, pero se sentía vacío.

Por un instante, hubo una pausa, un momento de silencio. Un silencio bienvenido antes de una decisión que ya fue tomada hace demasiado tiempo; pero en este momento de silencio, se pudo escuchar su respiración– la vida, y todo lo que involucraba la existencia de un ser. Qué bonito y tragico es el fin.

Fue la última noche en que se pudo escuchar la voz de la mujer, y la última noche en que hubo cualquier tipo de comunicación entre los dos. El sol rayó por la mañana, iluminando su cuerpo ya sin vida. El tráfico sigue igual. La vida sigue igual.
Las mañanas siguen.

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