Perder es a veces ganar, dicen,
pero perder perdiendo devasta.
Perder un sentido, y no leer estas letras.
Perder el sentido, como las yayas.
Perder sin sentido, da rabia.
Pero nunca hubo peor derrota que
perder sin haber luchado, y que lo hayas consentido.
La derrota es cruel,
o la, el o lo que derrota puede ser vil:
una idiota,
un idiota,
un cáncer, idiota, claro.
La derrota es idiota.
La derrota, por idiota que sea, puede ser justa.
La derrota, que puede ser justa por idiota que sea, muchas veces no lo es, y duele.
La derrota duele. Siempre.
La derrota, a veces, duele muy poco o duele en silencio.
La derrota se nos aparece sin máscara,
como en estos versos de asunción.
Un sencillo platicante como yo,
no busca más que una cura sincera.
Pues pregunté a la derrota,
la inspeccioné letra a letra,
hipoteticé una teoría loca,
la probé y analicé, y para mi que resultó cierta.
La cura no es un brebaje galo,
tampoco un libro de autoayuda,
ni es una pastilla con efectos secundarios.
La cura es sencillamente compleja.
La cura depende de las redes de tu océano neuronal:
la cura, es asumir.