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Esta mañana, ahora.

Esta mañana, ahora, las magdalenas son mi manera
de amar. Esta mañana, odio y amo, y entro solo a la
soledad como a los bares; en una cucharada de
azúcar, me exilio a duras penas hablando con Pablo J.
de la madrugada y Howl. Con él –que no desayuna
a mi lado– sospecho que a Michèle Oasis le crece el
surrealismo por momento en la boca, y que nunca
existe.
 
Bebemos o dejamos que este unicornio se muera
sin distinguir las variantes vitales del silencio, y da
igual que no haya elefantes en Shakespeare o Ella
Fitzgerald. ¿No crees que es suficiente con no
desnudarse? Hazlo, si puedes: deshazte de la
obligación de creer en algo y vendrán las oscuras
papelinas a estudiar contigo el humanismo en los
90 y la agresividad en las formas.
 
Sé que no te da igual, Pablo J., pero lo disimulamos.
Sé que, si hubiera un paquidermo en los versos de
Hamlet, todo sería sencillo y la calavera disculparía
las malvas que quizá florecen dentro y al revés de
sus ojos de mariposa.
 
Pablo  J. no desayuna galletas con colacao, pero ve de
un golpe lo difícil que es marcharse y consumir
medicamentos al alcance del olvido. Aunque no me
olvida, y me compra un polo de pólvora y
palabras, o dice en voz alta que en Madrid tiene
una prima buena y que The Stone Roses Second
Comin’ o tal vez el mito.
 
        Creo finalmente que algo se pierde,
Verlaine y el Bigardo en London, las magdalenas
de este almuerzo, The Red Bull, o que la echo de
menos como sólo Neruda.
 
             ¿O no? ¿O es el tiempo lo que nos deja
solos?

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