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Profetizas

¿A qué fuiste a ese mercado si nada compraste?

De camisa negra y sombrero de copa del mismo color, condujo hasta allí un coche que le hacía honor acromatismo. Como no sabe a qué fue, cuando quiso ir de vuelta a casa divisó a alguien que no veía desde que estudiaba en el colegio. Ocupaba una mesa cuadrada, justa para ella sobre la que había una bolsa de papel blanca sin logo y debajo un libro de bolsillo que poco se veía, la falda le cubría los zapatos como si llevara alguien dentro, los cabellos los llevaba recogidos y un lunar que seguramente recordaba bien, le adornaba el rostro.
El joven sin rodeos se acercó a saludarla, pero al principio ella lo miró con extrañeza; no lo reconoció, él se quitó la cubierta del rostro y la mujer que parecía estar sola sonrió. Le pidió que tomara asiento, el muchacho lo hizo, pero parecía temeroso. Sonreían y correspondían una que otra carcajada o rostro de asombro con cierta decepción.
Al llegar, la sentí como un retrato, como en un espacio en el que el tiempo se hubiese deformado y que mi concentración se limitaba a comprenderla y hacer lo mismo con su carácter envolvente. «Siéntese papito. Cuénteme: ¿y su abuelito? ¿Está estudiando, papito?» Ella misma se respondía en ocasiones. En eso, tocó un tema curioso entre los que mencionaba solo por hablar «Si, papito. Hay muchachos como usted que se adentran en el ocultismo, y no saben cómo salir».

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