Crece la luz,
toca emoción
y asciende turbadora,
clarísima, imparable.
La luz, la luz crecida
alrededor de un viento
veraniego.
La luz, reconciliada,
con la profundidad,
nunca saciada,
del ahogo remero
del olvido.
La luz, ya dibujada,
en esplendor de rostro
y poderío.
Ahondada en el futuro,
de los desvíos tentativos.
Ya respirando,
la humanidad del trazo,
que la sostiene etérea,
en la urgencia del beso,
que de puntillas toca la ternura,
que ya se asoma,
ruborizando apenas,
el bello rostro que pretende.