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¡SOL, ES SU NOMBRE!

 
 
En la longevidad del cosmos
 
su evanescente forma de energía
 
es como un eterno discurrir
 
entre la gracia y el odio.
 
 
 
El ethos de su inacabada incandescencia,
 
de su espontaneidad casi infinita,
 
aparece reflejada en cada estrella del cielo
 
bajo el manto caprichoso de una dimensión sin ojos
 
¡pero que nos observa todo el tiempo!
 
 
 
Y, entonces, una inusitada nostalgia
 
me embarga el corazón al mirar
 
sin ton ni son aquella parca luna
 
que enmudeció al caer la tarde.
 
 
 
¡Y me descubro llanto en el llanto
 
sin el calor de unos ojos
 
que acompañen mi ceguera!
 
 
 
Su apatía es de bronce y fuego
 
cuando atraviesa el desierto
 
y se arrastra por la arena;
 
pero nos deleita con su voz nasal
 
cuando nos arrulla entre sus brazos
 
sin quemarnos.
 
 
 
Él, busca apabullar el oscuro río desde su ámbito
 
y trabaja el amarillo sin descanso
 
por mi y por vos
 
y el naranja por las rutas de las sombras
 
entre valles y montañas;
 
Su estatura sobrepasa la mensura
 
que podamos conseguir con nuestra sangre
 
¡y en vano se interponen los colores
 
a quien mutila los enigmas con su sola imagen!
 
—A ciencia cierta nunca sabré su edad—
 
¡Sólo me importa su sonrisa!

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