El fluir en reconocimiento de todas nuestras partes
Soy un remanso de agua que se precipita ansioso a la tormenta, se llena de múltiples gotas en todas las direcciones posibles.
Algunas entran en mí pidiéndome permiso son suaves y apacibles, mientras que otras sin avisar penetran afiladas en mi interior.
Me dejo llenar de tanto con o sin consentimiento, que se empieza a desbordar el agua moviendo y desplazando la esencia constante dentro de mí.
El agua va corriendo y colapsando a cántaros haciendo ruido y volcándose entre las rocas ancladas a la tierra, miro a mi alrededor y el agua tan contenida ha empezado a exaltarse hasta volverse un caos tan estruendoso que todas las posibilidades de volver a ser remanso son imposibles.
Me siento como un colador lleno de agujeros y puedo notar como el agua pasa tras de mí sin poderla contener, hay tantos ecos en la superficie que la sensación de llegar al centro se suma a todas las imposibilidades.
Se encuentra todo tan insólito, expuesto y excedido que la sensación de encontrarse perdida, se siente tan vivida que la felicidad y la paz, se alejan por mucho del horizonte.
Al borde el colapso, logro vislumbrar con claridad que esa precipitación incontenible es otra forma de ser agua.
Es ahí cuando me contemplo y recojo lo que soy, entonces todo fluye, renace y reconforta, solo hasta que el agua contendida sepa que es remanso y también inundación, se deja ser en libertad.