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Un Platón de carne y verduras

Según cuenta la historia, un día en la lejana Grecia, el gran filósofo de los hombres se subió a la atalaya del monte más alto de la Grecia Magna y con la mirada serena e imperturbable de todo gran sabio, contemplaba la majestuosidad del mar Egeo y como a través de una costura imaginaria llamado horizonte se confundía el mar con el cielo. Extasiado de tanto prodigio y asombro surgió inefablemente una pregunta: ¿Qué era aquello que sus ojos veían y llamaba mar? ¿Era la realidad en la cosa o un atributo de la substancia? ¿Acaso sería víctima del hechizo de algún minotauro rebelde que confundió su entendimiento para no ver sólo lo aparente? ¿O quizás, la   imagen tosca de la verdadero de cuya impresión tenía conocimiento a través de los sentidos? No encontrando una respuesta, lleno los ojos de lágrimas descendió del monto y se dirigió a su pueblo. Una vez reunido el pueblo en la plaza, Platón les hablo diciendo:

“Ciudadanos de la polis, varones libres del Peloponeso, he subido al monte más alto, diríase casi hasta el Olimpo y he visto el mar en todo su esplendor, y si me preguntáis: ¿Qué es el mar? os respondería con total sinceridad, que es aquello que han visto mis ojos en este día, y si no conforme con esta respuesta insistierais y me preguntaras: ¿Qué es lo que mis ojos han visto en este día? Os respondería en forma absoluta, universal y categórica: no sé”.

A esa impresión universal, categórica y absoluta, llamó Platón “ideas”.

Dejando Haded la lectura de lado, apuró su segundo plato de sopa y reflexionando sobre lo leído, pensó:

“Un platón de sopa de carne y verduras es una < idea > reconfortante de substancia”

Naturalmente, esa mañana, Haded se despertó sonriendo.

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